De la autoestima a la autovalía, ¿cuál debo fomentar en mis hijos?
Mucho se ha hablado en la última década, de la importancia de fortalecer la autoestima en los niños, esto ha llevado a toda una generación de padres a aplaudir y celebrar todas las “gracias” que realizan sus pequeños, aún cuando lo que han hecho tal vez no sea tan gracioso.
Esta idea de que al señalar al niño sus errores, se está dañando su “autoestima” ha traído toda una generación de niños tiranos, acostumbrados a recibir constantes alabanzas, pero en contraste, son completamente intolerantes a la frustración, especialmente cuando alguien intenta señalar alguna falla.
En ese sentido, valdría la pena analizar el significado de la autoestima y su función en la percepción de la valía personal.
La autoestima es la predisposición a experimentarse como competente para afrontar los desafíos de la vida y como merecedor de la felicidad (Branden, 1994), en este sentido la autoestima está muy ligada a las propias competencias, es decir; a lo que los demás dicen de nosotros, a nuestros éxitos o fracasos, a la forma en que somos comparados con los demás y a la manera en que atribuimos las causas de nuestros éxitos o fracasos: mi éxito se debe a que soy muy competente o a que tengo mucha suerte.
Si analizamos lo anterior, podemos notar lo frágil que es la autoestima, puesto que está compuesta de factores externos, de nuestro sentido de competencia, de nuestro historial de éxitos y de nuestro nivel de aspiraciones y valores. Existe únicamente a través de la aprobación de los demás, convirtiéndonos en adictos a la aprobación; está relacionada con el HACER.
¿Pero qué pasará el día en que deje de tener éxitos y la percepción que los demás tienen de mi y de mis logros, deje de existir?
Es aquí cuando parece apropiado comenzar a hablar de la autovalía, ésta se relaciona con el SER. Albert Ellis, introduce este concepto, y plantea que por el sólo hecho de SER, de existir, se es valioso. La autovalía o autoaceptación, se refiere a que el individuo debe definirse a si mismo como bueno, estimable y merecedor, sólo porque existe. El valor que un ser humano tiene de si mismo está ligado a la aceptación de sus defectos y virtudes.
Internalizar un concepto como éste nos brinda un mayor equilibrio como individuos, ya que independientemente de la apreciación de los demás o de los éxitos obtenidos, el valor que se tiene de uno mismo no cambia.
Autovalorarse significa ser uno mismo, implica reclamar la exclusividad por optar vivir la mejor vida que sea posible alcanzar y perseguir la felicidad con amor y reconociendo el propio valor. Esto no tiene relación con la obtención de objetos o placeres, al contrario, la autovalía es cuidadosa, prudente ante los excesos y es autosuficiente.
Una persona con amor propio no busca la imitación de modelos sociales inapropiados o estilos de vida aprobados socialmente, pero que no traen consigo la felicidad. La opinión de uno mismo es equilibrada, acepta las debilidades y fallas, pero también cuenta con las virtudes y la fuerza necesaria para autoanalizarse y corregirse en la medida de sus limitaciones.
¿Cómo fomento la autovalía en mis hijos?
Lo anterior es una pregunta compleja sin fórmulas mágicas para obtenerla, sin embargo, para formar a una persona que sea capaz de aceptarse y amarse a si misma, primero es necesario que los padres tengan un nivel sano de autovaloración o al menos se encuentren en un proceso genuino por alcanzarlo.
En el entorno familiar debe haber la confianza para expresar las emociones libremente, para hablar de las dificultades y fracasos, y debe existir la búsqueda conjunta de soluciones. Un ambiente de crianza equilibrado, es el ideal para formar a un niño con autovalía, un pequeño que se sabe totalmente aceptado por sus padres, con defectos y virtudes, será menos temeroso de la vida y defenderá su propia persona ante cualquier opinión adversa o contraria.
Las alabanzas deberán ser frente a hechos reales y comprobables, no es suficiente un: “muy bien, lo haces todo perfecto”, frente a cada acción del niño, esto sólo generaliza las conductas y transmite el mensaje equivocado de que él es perfecto, hay que ser específicos, por ejemplo:
“Noté que le convidaste a tu hermana de tus chocolates, se lo mucho que disfrutas esos chocolates y compartirlos debe haber sido difícil para ti. ¡Me siento muy orgullosa de tener un niño tan generoso!”
Por otro lado, una vida de alabanzas no es equilibrada, también se debe hacer notar las cosas en que el niño falla, la forma de hacerlo es con amor y aceptación. No se trata de restregarle en la cara los errores cometidos y reprenderlo por ellos, más bien, se debe transmitir el mensaje de que los seres humanos somos falibles, cometemos errores y a veces fallamos.
Sin embargo, eso no es lo importante, el énfasis debe estar en el valor de volverlo a intentar sin importar cuantas veces se ha fracasado. Entender que las cosas no siempre saldrán como lo hemos esperado y que en ocasiones es necesario practicar con disciplina, antes de dominar una tarea, es un valor que convertirá a los niños en adultos equilibrados, perseverantes, fortalecidos y lo más importante, felices.
¡La práctica hace al maestro!
Psic. Martha Lellenquien
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