Mantenerse en “contacto” nos hace felices.
La tecnología con la que convivimos a diario es cada vez más sofisticada; podemos trabajar, comer, dormir y jugar sin ponernos en contacto directamente con otros seres humanos. Esto nos lleva a preguntarnos, ¿Qué trascendencia pueden tener nuestras interacciones sociales para nuestra felicidad en la actualidad?
Afortunadamente, nuestros cerebros continúan disponiendo de abundantes, circuitos, procesos y mecanismos, tanto conscientes como inconscientes, dedicados a facilitar y potenciar conexiones e intercambios con otros. Por ello, aunque la tecnología intente remplazar este contacto, las personas jamás podrán ser un elemento más del entorno pues son un factor importantísimo en el modo de funcionamiento de nuestro cerebro.
Por ejemplo, la mayoría de las especies buscan activamente la compañía de otros con los que interactuar. Tiene lógica: los vínculos sociales pueden ser importantes para nuestra supervivencia, pero no ocurren de la nada (desafortunadamente). Se necesita tiempo y esfuerzo para forjarlos y mantenerlos; a tal fin, nuestros cerebros evolucionaron volviéndose potenciadores directos de la amistad activa, por ello, la sola acción de interactuar con otra persona puede ser placentera debido al que deseo de interacción se encuentra en el sistema límbico.
A todo esto, poner la palabra en contacto entre comillas no es un accidente, porque la felicidad que experimentamos con las interacciones sociales comenzó con el contacto físico, concretamente con el acicalamiento y el aseo mutuos. Esto es porque el contacto se siente a través de unas terminaciones nerviosas en la piel que reaccionan a los cambios de presión y otros factores, que envían señales correspondientes al cerebro y se producen sensaciones de relajación, placer y felicidad.
Así pues, el contacto con otros, como los abrazos y caricias, pueden formar lazos, pero también cimientan los ya existentes; pero para ello se requiere de mucha confianza ¿no?
Una de las teorías al respecto es que los seres humanos adaptaron su comunicación verbal y visual para que estas remplazaran finalmente el acicalamiento social. Básicamente, en vez de dedicar horas a quitarnos parásitos los unos a los otros, nuestros cerebros parecen reaccionar a los cumplidos y a los elogios del mismo modo.
Nuestras facultades lingüísticas y comunicativas fueron aprovechadas para facilitar las interacciones sociales y las relaciones.
De esta forma, también por ello tiene sentido que la risa tenga un efecto muy poderoso en nuestro estado de ánimo; hace que estemos más felices, aunque sea brevemente.
A ti, ¿qué te da felicidad en esos momentos que la ER da más lata? ¿El contacto físico, las palabras, o la risa?
Fuente:
Burnett, D. (2018). La felicidad con los años. En A. Santos (E.d.), El cerebro feliz (309-320). México: Temas de hoy.
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