Padres e hijos: el diálogo sí es posible
«Cada vez más(…) necesitamos comunicarnos, hacer saber a los adultos que estamos llenos de temores al enfrentar un mundo para el que no nos han dado un manual, vivir emociones inexplicables, y en los blogs hablamos e intercambiamos experiencias (…). Creo que más de una moda estos espacios han venido a satisfacer esa enorme necesidad que tenemos de ser escuchados, no criticados». Entrevista a Chris Vargas, bloggero de 15 años, en ojocriticord.blogspot.com
Con los adolescentes el intercambio es una tarea titánica. Pero si en verdad logramos ponernos en su lugar, siempre habrá un canal abierto.
Algunos temas son casi imposibles de abordar: el trabajo en el colegio, la forma de vestir, los amigos, los noviazgos…Y como los padres nos vemos a menudo fuera de los jóvenes y no estamos integrados en todos los aspectos de su vida, creemos que somos los incomprendidos.
Para establecer un acercamiento en el que todos se sientan tomados en cuenta, no hay nada mejor que hablar frente a frente y hacer conciencia de lo que nos pasa a nosotros en nuestra etapa de adultos. La empatía favorece la confianza.
Hemos olvidado que …
Si nos parece imposible hallar la forma de hablar con nuestros hijos adolescentes, quizás recordar cómo éramos cuando teníamos su edad nos permita abrir la puerta e iniciar un diálogo. Para Enrique Romero, doctor en terapia psicoanalítica por la Universidad Intercontinental, uno de los principales problemas para encontrarnos con ellos viene del hecho de que los progenitores «no son capaces de ponerse en los zapatos de sus hijos». Quizá debido a que ya no recordamos, o tal vez no queremos volver a vivir nuestras propias crisis. Entonces creemos que los hijos son injustos y malagradecidos con nosotros.
Sin embrago, justamente por ello no debemos alejarnos. Según el doctor Romero, en esta etapa de cambios profundos los padres aún siguen siendo la figura principal que determina o que promueve en ellos la autoestima, la seguridad y su capacidad para relacionarse con los otros. Hacer una introspección para analizar qué nos duele, qué es lo que esperamos y qué es aquello que nos impide aceptar la distancia entre nuestros hijos y nosotros, es el primer paso para reestablecer la confianza perdida, una condición fundamental para el diálogo.
Frente a la rebeldía
En muchos casos los progenitores mostramos problemas para aceptar el periodo en que se transita hacia la adultez, a los jóvenes no les corresponden las responsabilidades que los adultos tenemos. Quizás de forma inconsciente añoramos esa juventud sin compromisos, una etapa en la que no podemos volver. «El problema es que el adulto dice preocuparse por los lugares a los que el adolescente va, por lo que hace en sus tiempos libres, por la forma en la que gasta el dinero, pero lo que también lo mueve es que el joven puede hacer con su vida lo que le plazca, mientras que él ya ha comenzado a sentir el peso de algunas ataduras que restringen su libertad», dice el terapeuta Enrique Ramírez. Ante la confusión valdría la pena apreciar cómo valoran los adolescentes las oportunidades de desarrollo que les concedemos los adultos. Es importante también reconocer que ellos no tienen que responder a nuestras expectativas.
Crecer en la apertura
Lo que debemos hacer entonces es aprovechar cualquier ocasión que favorezca el intercambio en todos los momentos en que éste se de, tratando de encontrar un terreno neutral. Podemos de esta manera retomar una observación que el adolescente ha hecho con respecto de una película o sobre alguno de sus amigos. Por ello, sin buscar convertirnos en un interlocutor privilegiado. Los hijos siempre valorarán que mostremos respeto a su intimidad.
No se trata de que ellos llenen nuestros vacíos afectivos, ni que sientan tal responsabilidad. Todos podemos aprender en esta etapa si cultivamos cariño y confianza.
Para leer:
- Cómo convivir con hijos adolescentes, de Dorothy Law Nolte, Ed. Urano, 2008. Apoyada en casos reales, esta obra ofrece una guía para acompañar a los jóvenes en su tránsito hacia la madurez.
Fuente: Paola Ávila/Karen Isére, Psychologies, pags. 70 y 71, num. 15.
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