¿Qué es la empatía?
La empatía es la base de la intimidad y la conexión más cercana. Sin ella, nuestras relaciones serían superficiales desde el punto de vista emocional y se parecerán más a un trueque comercial. Sin la empatía podríamos estar cada día al lado de una persona y conocer tan poco sobre sus sentimientos que seguiría siendo una extraña para nosotros. Por eso, la empatía es un potente “pegamento social”.
Sin embargo, no solo es el motor de la cercanía sino que también sirve como freno cuando nos comportamos mal y nos damos cuenta del dolor que estamos causando. Cuando una persona no tiene ese freno y siempre actúa en interés propio, termina devastando a quienes están a su alrededor. Por eso, es fundamental comprender qué es la empatía y qué significa ser empático.
¿Qué no es la empatía?
– Empatía no es lo mismo que simpatía
A menudo usamos indistintamente las palabras empatía y simpatía, pero en realidad son procesos distintos. Cuando sentimos simpatía por alguien, significa que nos identificamos con la situación en la que esa persona se encuentra. Podemos sentir simpatía por desconocidos e incluso por problemas que nunca hemos experimentado personalmente.
Sin embargo, experimentar simpatía no implica necesariamente que nos conectemos emocionalmente a lo que una persona siente. Podemos simpatizar con la situación que está atrevesando alguien sin tener ni idea de sus sentimientos y pensamientos. Por eso, la simpatía casi nunca dinamiza nuestro comportamiento, no nos anima a entrar en acción. La simpatía no crea conexión.
La empatía va un paso más allá porque implica identificarse con lo que alguien está sintiendo y experimentar esos sentimientos en primera persona. Por tanto, la simpatía es sentir por alguien; la empatía implica sentir con ese alguien.
– La empatía no se limita a la intuición
La mayoría de las personas consideran que la empatía es intuitiva, que se trata más de una reacción visceral que de una función del pensamiento. No obstante, la empatía no se limita únicamente al intercambio de emociones, un proceso que ocurre normalmente por debajo de nuestro umbral de conciencia, sino que también es necesario que intervengan las funciones de control ejecutivo para que podamos modular esa experiencia.
Las investigaciones demuestran que el mimetismo es una parte importante de la interacción humana, y ocurre en un nivel inconsciente; es decir, imitamos las expresiones faciales de las personas con quienes interactuamos, junto con sus vocalizaciones, posturas y movimientos. Si hablamos con alguien que frunce el ceño, probablemente también terminaremos frunciendo el ceño. Es probable que ese mimetismo inconsciente haya ayudado a los primeros seres humanos a comunicarse y sentir afinidad. De hecho, las Neurociencias han confirmado que cuando vemos a alguien con dolor, en nuestro cerebro se activan las zonas que registran el dolor. El mimetismo es el componente que precede a la empatía.
No obstante, la empatía también demanda que seamos capaces de asumir la perspectiva de otra persona, lo cual es una función cognitiva. Además, es imprescindible que seamos capaces de modular esas emociones generadas por la empatía. Dado que los estados de ánimo pueden ser «contagiosos», la autorregulación nos impide experimentar de manera tan intensa esas emociones que no podamos ayudar a la otra persona.
¿Qué es la empatía?
Cuando nos preguntamos qué es la empatía, la primera definición que acude a nuestra mente es la capacidad para ponerse en el lugar del otro. Sin embargo, la empatía va mucho más allá, por lo general no se trata únicamente de un acto intelectual sino profundamente emocional.
Existen diferentes significados de empatía, uno de los más acertados indica que es “la experiencia de entender la condición de otra persona desde su perspectiva”. Esto significa ponerse en su piel y sentir lo que esa persona está experimentando. Es una participación afectiva en la realidad de alguien, haciendo su mundo emocional nuestro.
Este maravilloso corto, subtitulado en español, nos explica qué es la empatía, y también qué no es, así como su enorme poder.
La empatía es cosa de dos: El enfoque diádico Desde el punto de vista antropológico, el significado de la empatía desde el punto de vista individual implica limitarla. Una investigación realizada en la Universidad de Ámsterdam sugiere que la empatía también depende de «lo que otros quieren o pueden decir sobre sí mismos». De esta forma, la empatía adquiere una dimensión diádica, lo cual significa que es tan importante la persona que siente empatía como quien despierta ese sentimiento. De hecho, no somos igualmente empáticos con todos.
La empatía también está mediatizada por las normas culturales y sociales. En ese mismo estudio se apreció que los niños eran más empáticos cuando un maestro este les recordaba que debían ser buenos compañeros de clase, pero que la empatía disminuía a la hora de elegir un bando para un juego. Los amigos que fueron elegidos por últimos y se molestaron por ello, recibieron consuelo pero los meros compañeros de clase que se sintieron de la misma manera fueron etiquetados como «llorones».
Esto significa que el contexto, las convenciones sociales y la propia persona objeto de la empatía también son factores determinantes, independientemente de la capacidad individual de empatía.
Los tres tipos de empatía
Existen diferentes clasificaciones de la empatía. El psicólogo Mark Davis ha sugerido que existen 3 tipos de empatía.
- Empatía cognitiva. Se trata de una empatía “limitada” ya que solo adoptamos la perspectiva del otro. Esta empatía implica que somos capaces de comprender y asumir sus puntos de vista y ponernos en sus zapatos. Es una empatía que nace de la comprensión intelectual.
- Distrés personal. Se trata de sentir, literalmente, los sentimientos del otro. Esta empatía entra en acción cuando vemos a alguien sufrir y sufrimos a su lado. Se debe a un contagio emocional; es decir, la otra persona nos ha “contagiado” sus emociones. Algunas personas son tan propensas a manifestar este tipo de empatía que sus sentimientos las arrasan, sometiéndolas a un gran estrés, es lo que se conoce como «Desgaste por Empatía«.
- Preocupación empática. Este patrón coincide mejor con nuestra definición de empatía. Se trata de la habilidad para reconocer los estados emocionales de los demás, sentirnos conectados afectivamente y, aunque podamos experimentar cierto grado de distrés personal, ser capaces de gestionar ese malestar y mostrar una preocupación auténtica. A diferencia del distrés, la persona que experimenta este tipo de empatía se moviliza para ayudar y consolar, no se queda paralizada por los sentimientos.
La empatía se aprende
Muchas personas piensan que nacemos siendo empáticos, pero en realidad la empatía es un comportamiento qu se aprende. Los bebés aprenden a identificar y regular sus emociones a través de las interacciones con los adultos, principalmente con sus padres. Cuando los adultos responden a los estados emocionales de los niños, no solo crean las bases para la diferenciación del “yo” sino también para que desarroll el sentido del otro. Con el tiempo, esa semilla se convierte en empatía.
Se ha apreciado que los niños que no experimentan este tipo de interacciones tienen un sentido disminuido de sí mismos, sufren dificultades para manejar y regular sus emociones y a menudo muestran una empatía limitada. Cuando se desarrolla un estilo de apego evitativo, por ejemplo, la persona no se siente cómoda en entornos íntimos y enfrenta problemas para reconocer sus propias emociones y las de los demás. Cuando se desarrolla un estilo de apego ansioso, la persona suele carecer de la capacidad para moderar sus emociones, por lo que puede terminar siendo arrastrada por las emociones de otra persona. Eso no es empatía.
Por tanto, si bien es cierto que nuestro cerebro está cableado para experimentar empatía, es necesario que esta habilidad se desarrolle a lo largo de la vida, sobre todo en los primeros años.
¿Qué significa ser empático? Las condiciones básicas de la empatía
Para que una persona pueda experimentar la empatía, es necesario que existan ciertas condiciones de base.
- Imitación motriz y neuronal. En las personas que sufren algunas alteraciones neurológicas, la empatía se ve afectada. De hecho, para ser empáticos es necesario que se pongan en marcha nuestras neuronas espejo, que se produzca un mimetismo corporal y facial, que nos ayude a ponernos en el lugar del otro.
- Conocer el estado interno de la otra persona, incluyendo sus pensamientos y emociones. Solo así podremos ser conscientes de lo que el otro piensa o siente e identificarnos con su punto de vista, situación y/o estado emocional. Esta condición nos permite crearnos una representación más o menos clara de lo que está experimentando la otra persona, de la situación que está atravesando y su estado afectivo.
- Resonancia emocional. Para experimentar la empatía afectiva, es necesario que el estado emocional de esa otra persona haga resonancia en nosotros. Debemos actuar como un diapasón, de manera que los problemas y/o sentimientos del otro hagan eco en nuestro interior.
- Proyectarse en el otro. Para sentir empatía es imprescindible ser capaces de salir por un momento de nuestra posición para identificarnos con la situación del otro. Si no somos capaces de abandonar nuestras coordenadas, difícilmente podremos ponernos en el lugar de esa persona. Una vez que hacemos ese acto de proyección, podemos volver a nuestro “yo” y recrear en nuestra mente cómo nos sentiríamos si nos ocurriera a nosotros. De hecho, la empatía implica un desdoblamiento, un continuo ir y venir entre el otro y el yo.
- Autorregulación emocional. Quedarnos en el distrés no es beneficioso para nosotros ni para la persona que sufre. Es necesario dar un paso más allá y pasar a la amabilidad empática, que consiste en comprender que nos sentimos mal por el otro, y superar esos sentimientos para poder ayudar. Se trata de gestionar nuestras reacciones emocionales para poder ayudar al otro.
Las bases neurológicas de la empatía
La empatía no es meramente un sentimiento o un estado de ánimo, sino que está enraizada en fenómenos físicos concretos, medibles y que forman parte de nuestra naturaleza. La empatía tiene una profunda base neurológica.
Cuando presenciamos lo que les sucede a los demás, no solo se activa la corteza visual. También se activan las zonas relacionadas con nuestras propias acciones, como si estuviéramos actuando de manera similar a la persona que estamos viendo. Además, se activan las zonas relacionadas con las emociones y sensaciones, como si sintiéramos lo mismo.
Eso significa que la empatía implica una activación de diferentes zonas del cerebro que actúan de manera coordinada y compleja para que podamos ponernos en el lugar del otro. Ser testigos de una acción, el dolor o el afecto de otra persona puede activar las mismas redes neuronales responsables de ejecutar esas acciones o experimentar esos sentimientos en carne propia. En otras palabras, nuestro cerebro responde de manera bastante similar al de la otra persona, aunque no idéntica.
Un estudio realizado en la Universidad de Groninga descubrió que cuando se inhiben nuestras neuronas espejo, las cuales nos facilitan la tarea de ponernos en la piel de los otros, nuestra capacidad para detectar el nivel de confianza de los demás y sus sentimientos se ve afectada. Se interrumpe lo que se conoce como “estados indirectos”, que son los que nos permiten mentalizar las experiencias ajenas para poder ayudar a quienes están en problemas.
De hecho, presenciar el dolor de los demás provoca un aumento de la actividad en la ínsula, la cual contribuye a la autoconciencia ya que integra la información sensorial, así como de la corteza cingulada anterior, que está asociada con la toma de decisiones, el control de los impulsos y el miedo generado socialmente.
Eso significa que cuando vemos el dolor ajeno, lo trasladamos a nuestra mente e intentamos darle un sentido en nuestro propio sistema del dolor y experiencias, como comprobó un estudio realizado en la Universidad de Viena. O sea, nuestras emociones y experiencias siempre matizan nuestra percepción del afecto o el dolor de otras personas.
Nuestro cerebro imita las respuestas que vemos en los demás, pero es capaz de mantener la división entre el dolor propio y el ajeno. De hecho, la empatía no solo requiere un mecanismo para compartir emociones, sino también para mantenerlas separadas. Si no fuera así, no nos conectaríamos emocionalmente, tan solo nos angustiaríamos. Y esa no sería una respuesta adaptativa.
En este sentido, otro experimento muy interesante llevado a cabo en Universidad de Groninga comprobó que por muy empáticos que seamos, no podemos formarnos una idea completa de cuánto está sufriendo la otra persona. Cuando los participantes tuvieron la oportunidad de pagar por reducir la intensidad de las descargas eléctricas que una persona estaba a punto de recibir, como media solo pagaron lo suficiente para reducir el dolor en un 50%.
Ese fenómeno se conoce como sesgo de egocentricidad emocional y está vinculado con el giro supramarginal derecho, una región del cerebro asociada con el procesamiento del lenguaje, que podría ser la responsable de mantener una división entre las emociones propias y las ajenas.
Curiosamente, esta estructura es menos activa en la niñez, la adolescencia y la tercera edad, como reveló un estudio de la Universidad de Trieste, ya que alcanza la maduración completa al final de la adolescencia y se desorganiza de manera relativamente temprana en la vida.
Jennifer Delgado Suárez
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