Déficit de empatía: Personas incapaces de ponerse en la piel de los demás
La falta de empatía no se ve, pero se siente. Y a menudo sus efectos son devastadores, sobre todo en un planeta cada vez más conectado e interdependiente donde nuestras decisiones y acciones pueden tener repercusiones inimaginables del otro lado del mundo.
La empatía es una especie de pegamento social que nos mantiene unidos. Es un puente al entendimiento que nos permite ponernos en el lugar del otro. Sin embargo, el psicólogo Douglas LaBier está convencido de que nuestra sociedad padece un problema cada vez más extendido que estamos pasando por alto: un profundo déficit de empatía. Y sus implicaciones para nuestra salud mental, así como su impacto a nivel social, son devastadoras.
¿Qué es el trastorno de déficit de empatía?
La persona que padece el trastorno de déficit de empatía no es capaz de salir de sí misma y sintonizar con las emociones y experiencias de los demás, en especial de aquellos que piensan de manera diferente o no comparten su sistema de valores. Se trata de una persona atrapada en la cárcel de su propia mente, limitada por sus barreras psicológicas, las cuales les impide conectar con realidades distintas, que generalmente menosprecia y/o ignora.
Obviamente, cualquiera puede desarrollar un déficit de empatía. Puede ser esa persona incapaz de ponerse en el lugar de su pareja que siempre antepone sus necesidades. Pero también puede ser ese amigo o compañero de trabajo que se enfada cuando no compartimos su punto de vista. O esos padres narcisistas que minimizan constantemente los problemas de sus hijos.
El trastorno de déficit de empatía se aprecia tanto en las relaciones interpersonales, entre familiares, amigos y colegas, como en las sociedades, cuando adquieren una deriva egoísta. En ambos casos, las personas se mantienen encerradas en un universo privado que las aísla emocionalmente de los demás, volviéndolas indiferentes al dolor, la angustia y el sufrimiento ajeno.
En el territorio de la lástima se destierra la empatía
Vivimos en una sociedad que experimenta lástima, pero que es poco empática. Una sociedad de emociones rápidas y memoria corta. Las imágenes del dolor ajeno nos conmueven, pero solo lo necesario y durante un periodo de tiempo corto, el mínimo imprescindible para quedar bien con nuestra conciencia y pasar a otra cosa más agradable.
Ese tipo de sociedad ha priorizado la lástima sobre la empatía. La lástima es una reacción automática. El dolor y el sufrimiento ajenos nos generan malestar. Vemos que alguien lo está pasando mal y nos sentimos incómodos o angustiados.
Sin embargo, la lástima suele ser un sentimiento pasivo, a menudo con connotaciones paternalistas o condescendientes. La lástima implica pensar que la persona angustiada no “merece” lo que le ha sucedido, pero también implica creer que no tiene la capacidad para hacer algo que le permita salir de esa situación.
Además, sentir lástima no significa necesariamente ponerse en el lugar de la persona que sufre. Es una simple expresión de pena ante la desgracia ajena. Suele ser el nivel más bajo de comprensión y compromiso con el doliente.
La empatía, en cambio, es una conexión más profunda que experimentamos cuando somos capaces de abandonar nuestra perspectiva y entrar en el mundo del otro. Una vez allí, podemos experimentar sus emociones, conflictos o aspiraciones desde el punto de vista de esa persona.
Implica ver el dolor a través de su lente, sin establecer barreras divisorias que nos mantengan al margen asumiendo una postura de superioridad. Por eso la empatía suele ser una emoción proactiva que nos anima a ayudar. Ese tipo de conexión construye relaciones sanas y recíprocas basadas en una preocupación auténtica, no en la mera lástima. La capacidad para establecer ese tipo de conexión es precisamente lo que han perdido las personas con un trastorno de déficit de empatía.
¿Cómo se desarrolla el trastorno por déficit de empatía?
LaBier cree que el trastorno de déficit de empatía se desarrolla “cuando las personas se enfocan demasiado en adquirir poder, estatus y dinero para sí mismos”. Según este psicoterapeuta, se trata de personas que equiparan el desarrollo personal con la adquisición, ya sea de bienes materiales o relaciones interpersonales.
Como resultado, se alienan de sus emociones y se identifican con lo que tienen. Así desarrollan lo que se podría calificar como una “mente transaccional”, ya que miden todo en términos de valor para sí mismos, sin detenerse a pensar en el impacto que esas acciones podrían tener en los demás. En práctica, ven el mundo a través de una lente profundamente egocéntrica.
Ese enfoque excesivo en sí mismos va generando una sensación de vanidad y autoimportancia. “Estas personas desarrollan la ilusión de que son completamente independientes y autosuficientes. Pierden el contacto con la realidad y olvidan que todos los seres humanos están interconectados y son interdependientes”.
En práctica, no tienen conciencia de que forman parte de una comunidad más grande. No saben que, en este mundo, nos hundimos por separado o nos salvamos juntos, como dijera Juan Rulfo. Imbuidos en ese utilitarismo egocéntrico, pierden la capacidad de conectar a un nivel profundo con los demás y sentir empatía.
Obviamente, el déficit de empatía termina convirtiéndose en una fuente de conflictos interpersonales. No solo impide establecer relaciones significativas, sino que a nivel social también se convierte en terreno fértil para que germinen las semillas del odio y la polarización ya que a esas personas les resulta casi imposible empatizar con quienes tienen creencias, tradiciones o formas de ver la vida diferentes.
Las 2 claves para superar el déficit de empatía
1. Ser conscientes de la interdependencia
Aunque en determinadas circunstancias podemos ser autónomos e independientes, todos estamos conectados de alguna manera. La actual pandemia, por ejemplo, nos ha demostrado que todos estamos más unidos de lo que pensamos y que los países ricos no pueden salvarse a expensas de los más pobres, por mucho que lo intenten. Nuestras decisiones y actos tienen profundas repercusiones.
También nos ha demostrado que nuestras pequeñas decisiones pueden tener un gran impacto en las personas que nos rodean, desde nuestra familia hasta los desconocidos con los que nos cruzamos. Hacer ese pequeño ejercicio de conciencia nos ayudará a superar el déficit de empatía. Un acto irreflexivo o egoísta puede costarle la vida a otra persona, literalmente.
2. Ponerse en el lugar del otro más a menudo
LaBier propone algunos ejercicios sencillos para desarrollar la empatía. Podemos comenzar analizando un comportamiento nuestro que moleste a nuestra pareja. Es obvio que a nosotros no nos supone ningún problema, pero a nuestra pareja sí. Por tanto, podemos ponernos en su lugar para intentar comprender por qué le molesta. La clave consiste en no juzgar, sino centrarnos en experimentar las emociones que nuestro comportamiento genera en el otro para sumergirnos en sus percepciones y sensaciones.
Otro ejercicio implica despertar la empatía por una persona que no nos agrada o que tiene ideas radicalmente opuestas a las nuestras. Podemos comenzar intentando comprender cómo esa persona ha llegado a convertirse en quien suponemos que es. Para ello, debemos ponernos en su piel, pensar y sentir como esa persona. Una vez más, el secreto es no juzgar, enfocándonos en los puntos que tenemos en común para intentar ver la situación a través de los ojos del otro.
Desarrollar la empatía nos proporciona una base más asertiva para resolver los conflictos, salvar las diferencias y abandonar la destructividad. Nos hace más conscientes de nuestra vulnerabilidad como seres humanos y nos permite abrirnos a las experiencias de los demás para enriquecernos a través de ellas. Ese es el camino hacia una vida más saludable y un mundo más tolerante, como apuntara LaBier.
Jennifer Delgado Suárez
Fuente: https://rinconpsicologia.com/trastorno-deficit-de-empatia/
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