Siempre hemos pensado que la genialidad y la creatividad son cualidades innatas y raras, patrimonio de unos pocos privilegiados como Da Vinci o Albert Einstein. ¿Y si no fuera así? ¿Y si todos naciéramos siendo genios creativos pero luego, en algún momento de la vida, perdiésemos esa capacidad? No se trata de una idea descabellada sino que se basa en los sorprendentes resultados de una serie de investigaciones psicológicas desarrollada hace algunas décadas.
El experimento que demostró que nacemos siendo genios creativos
Corría el año 1968 cuando dos investigadores, George Land y Beth Jarman, emprendieron un experimento a petición de la NASA. La agencia espacial quería que les ayudara a identificar a aquellas personas que tuvieran una capacidad fuera de la norma para la innovación. Estos científicos crearon una prueba específica para detectar el nivel de creatividad.
La NASA aplicó la prueba con éxito para identificar a sus empleados más creativos, pero los psicólogos siguieron adelante por su cuenta e implementaron un experimento muy interesante: aplicaron esa misma prueba a un grupo de 1.600 niños con edades comprendidas entre los 3 y 5 años.
Se llevaron una gran sorpresa al descubrir que el 98% de esos niños podían ser calificados como “genios” teniendo en cuenta su creatividad y capacidad para generar ideas novedosas. Asombrados por los resultados, decidieron proseguir con la investigación. Repitieron esa prueba cuando los niños tenían 10 años y luego a los 15 y 31 años.
Los resultados fueron demoledores:
– A los 5 años, el 98% de los niños podían ser catalogados como “altamente creativos”.
– A los 10 años de edad, solo el 30% de los niños conservaba esa creatividad.
– A los 15 años, solo el 12% de los adolescentes era creativo.
– A partir de los 25 años de edad, solo el 2% de las personas pasaban el test de creatividad.
Eso significa que en la infancia, 9 de cada 10 niños tienen algún tipo de genialidad pero al llegar a la adultez, tan solo 2 de cada 100 siguen siendo creativos.
¿Por qué perdemos la creatividad?
Estos psicólogos creen que la creatividad no se aprende sino que se desaprende. Piensan que perdemos nuestras potencialidades creativas debido al efecto de la educación. Consideran que el estilo educativo que premia el pensamiento convergente también sepulta el pensamiento divergente.
El pensamiento convergente es el razonamiento crítico, el que nos permite analizar una idea aplicando la lógica. El pensamiento divergente, al contrario, es el que se pone en marcha cuando combinamos conceptos dispares para dar vida a nuevas ideas.
El sistema educativo tradicional nos enseña a amoldarnos a los patrones existentes, potenciando el pensamiento convergente. Nos enseña a ser críticos y a intentar controlar la mayor cantidad de variables posible. Se olvida de enseñarnos a lidiar con la incertidumbre, a sentirnos cómodos con lo nuevo y sacar partido de lo diferente. Los profesores enseñan a los niños una serie de respuestas predeterminadas e incluso les castigan cuando se salen de la ruta trazada. Como resultado, no es extraño que la escuela tradicional termine matando la creatividad y la genialidad.
La buena noticia es que llevamos el germen de la creatividad, por lo que solo necesitamos cultivarla de nuevo, sería como volver a la infancia. Los niños arriesgan, improvisan y no tienen miedo a equivocarse. De adultos, el miedo a cometer errores nos paraliza, así como esa voz crítica que resuena constantemente en nuestra cabeza y que se convierte en el mayor obstáculo para la creatividad.
Al contrario, deberíamos comenzar a abrazar la incertidumbre, dejar volar la imaginación, probar cosas nuevas y atrevernos a emprender caminos inexplorados. Solo así podremos recuperar la creatividad.
¿Cómo debe ser la escuela que potencie la creatividad?
La respuesta, o al menos parte de ella, proviene una vez más de la práctica y de una empresa, IBM. En 1956, Louis R. Mobley recibió carta blanca para crear la Escuela Ejecutiva de IBM. Sin embargo, era consciente de que el éxito de la compañía dependía de la capacidad de sus líderes para pensar de manera creativa, en vez de enfrascarse en la lectura de informes financieros, como hacía el resto de las empresas. Construyó la escuela alrededor de estos 6 presupuestos:
1. La metodología tradicional que potencia la lectura, evaluación y memorización puede llegar a ser contraproducente ya que encajona el pensamiento. Esa educación se centra en proporcionar respuestas lineales paso a paso. La educación creativa debe enseñar a plantearse preguntas osadas.
2. Desarrollar la creatividad, al menos en la adolescencia y la adultez, es más un proceso de desaprendizaje que de aprendizaje. Por eso, el objetivo de la escuela no es agregar más suposiciones y datos «ciertos» sino cambiar las suposiciones existentes, empujar a las personas fuera de su zona de confort para que experimenten y se sientan cómodos con la frustración. Generando además una dosis de humildad.
3. No se trata de aprender la creatividad sino de convertirnos en personas creativas. Uno no aprende leyendo un manual sino entrenando las habilidades necesarias. Por eso, una educación que potencie la creatividad debe ser eminentemente práctica, diseñada para potenciar los modos de pensar alternativos.
4. Relacionarse con personas creativas es la manera más rápida de desarrollar la creatividad. Ver en marcha otras mentes creativas nos sirve de modelo y nos permite liberarnos de todas las trabas mentales que hemos construido.
5. La creatividad está altamente vinculada al autoconocimiento. Es imposible superar los prejuicios si no sabemos que están ahí. Ser creativos demanda un cambio interior que debe apuntalarse en el conocimiento de uno mismo. Por eso, la educación creativa es una especie de «gran espejo» donde nos reflejamos y analizamos continuamente.
6. La educación creativa es aquella que da permiso a los estudiantes para que se equivoquen. De decenas de errores puede surgir una idea genial. Esta educación no castiga las equivocaciones sino que enseña a aprender la lección y seguir adelante. Cada fracaso no desalienta sino que es el agijón para esforzarse aún más.
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