La felicidad dentro y fuera de los niños
Nuestros cerebros nunca dejan de cambiar; no obstante, durante nuestra infancia ocurren los cambios más espectaculares.
Las conexiones cerebrales continúan formándose así pasen unos minutos o unos cuantos años; es un proceso que continua durante toda nuestra vida.
Cuando un bebé nace, ¿qué es lo que le hace feliz? Al fin de cuentas, no hay mucho que pueda hacer esa personita y eso es bastante extraño si lo pensamos bien, ya que al comparamos con otros animales como las tortugas marinas o los pollos inclusive, al nacer tienen el instinto o capacidad de nadar o buscar alimento, mientras que nosotros hasta necesitamos ayuda para sostener nuestra cabeza.
En realidad, podría llenar muchos artículos con análisis, comentarios y teorías sobre cómo se desarrolla el cerebro humano durante la infancia. Sin embargo, hay ciertos aspectos neurocientíficos y psicológicos interesantes que merecen la pena considerar. Por ejemplo, parece existir una teoría evolutiva que justifica nuestra dependencia en esta etapa y es que, nuestras cabezas se desarrollan más rápido que nuestros cuerpos; el tamaño del cuerpo de un bebé es aproximadamente 5% de su cuerpo adulto final, pero el de su cabeza ya es aproximadamente un 25% de lo que será en la edad adulta.
En cuanto a la felicidad, un importante conjunto de procesos neurológicos (incluso puede que desarrollados dentro del útero materno), es el que rige las reacciones emocionales. Es decir, cuando nacemos ya tenemos emociones. Lo vemos cuando un bebé es abrazado por su madre, seguramente se siente cómodo y feliz, aun cuando no entiendan realmente lo que ese sentimiento significa. Los pequeños disfrutan y agradecen las interacciones con una persona que les inspiran seguridad.
El cerebro de un niño adquiere experiencias nuevas, ya sea positivas o negativas, a una velocidad asombrosa, por medio de las reacciones emocionales pertinentes; esto les permite tener la capacidad para reconocer si algo es bueno o malo y hacer conocer cómo funciona el mundo.
Aún con todo lo anterior mencionado, lo cierto es que un cerebro nunca es más maleable y absorbente que cuando somos niños. Por ello, hay que evitar la cercanía del estrés tóxico con los niños.
La capacidad de sentir emociones (miedo, felicidad, angustia, etc.), y de reaccionar a señales sociales se forma en el cerebro al poco de nacer, pero estas pueden ser afectadas por los activadores químicos del estrés. En otras palabras, el estrés puede interferir de verdad en el desarrollo y el crecimiento del cerebro, y generar problemas de desarrollo cognitivo y, por ende, social en las fases posteriores de la vida.
Afortunadamente, esta maleabilidad cerebral puede también sus consecuencias positivas. De hecho, un estudio de 2012 sugiere que el entorno que habitamos cuando tenemos cuatro años afectará significativamente a la estructura de nuestro cerebro cuando entremos en la edad adulta, y es cuando inician nuestros primeros recuerdos. En concreto, cuanto más enriquecedor sea ese entorno a los cuatro años, más estructuralmente desarrollado estará el cerebro a los diez años o un poco más. Esto pareciera posible porque es hasta ese momento el cerebro está todavía “poniéndose en orden” en cuanto a ciertas funciones importantes.
Y bueno, aunque todo esto sea interesante, buena parte de la literatura especializada se centra en el factor más importante en la felicidad de un niño: el apego.
El apego es la relación entre el infante y su cuidadora o cuidador primario, ya sea por la oxitocina producida o por la seguridad brindada; esto lo utilizan como referente a la seguridad y valoración o reacción acerca de cómo funcionan las cosas.
Se dice que el carácter de este apego tiene consecuencias trascendentales, entre las que se incluyen el tipo de personalidad, el desarrollo profesional o incluso la orientación sexual en etapas posteriores.
Concretamente, los niños necesitan un lugar seguro al que retirarse si las cosas se ponen feas o difíciles en el mundo exterior, esto es un factor principal que determina cómo se desarrolla su cerebro y, por consiguiente, cómo funciona el mundo.
Lo ideal es que la persona cuidadora primaria sea cariñosa, dé ánimos y, sobre todo, sea coherente. Básicamente, si son buenos padres (ni permisivos ni autoritarios), y les dan un ejemplo digno, es muy probable que sean felices.
Por supuesto, esta no es más que una conclusión aproximada, como una teoría basada en los datos disponibles que arrojan investigaciones. Tal vez, ustedes como padres de niños con alguna ER, tengan experiencias e información que complementen o difieran con lo anterior. Aquí no pretendo decirles cómo deben ser para que sus hijos sean felices, ni mucho menos como criarlos, pues sé que eso puede causarles infelicidad.
Fuente:
Burnett, D. (2018). La felicidad con los años. En A. Santos (E.d.), El cerebro feliz (309-320). México: Temas de hoy.
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