¿Quién gana más, el que da o el que recibe?
¿Sabías que la ayuda al otro es una de las vías más efectivas para la evolución interior?
Servir a los demás es una de las labores más gratificantes, y el principal camino de la evolución personal.
Cualquiera diría que Shaila Ruiz colombiana de 49 años, tiene un corazón de oro. Fue a España, hace seis años, con lo puesto. Allí encontró un trabajo auxiliar de clínica y creó una familia, pero no ha olvidado nunca a la gente que pasa dificultades. Su trabajo de voluntariado es uno de sus compromisos más sentidos. Tras una jornada larga y dura en el hospital. Shaila visita tres veces a la semana a Elena mujer de 73 años que padece una enfermedad cardíaca y diabetes avanzada. «Llego a la casa de Elena agotada, pensando en mis dos niños pequeños que me esperan en casa, pero cuando llego me abre la puerta con una sonrisa llena de ilusión y de deseos de verme, el cansancio desaparece y mi corazón me dice que estoy donde debo de estar».
Shaila y Elena van juntas a hacer la compra o a dar un paseíto y charlan como amigas. Si Elena ese día no se siente bien, Shaila la ayuda con las tareas domésticas y pasea a su perra Pokita. Hace unos días, Elena se despertó en medio de la noche por un fuerte dolor que la aterrorizó. Shaila acudió rápidamente para tranquilizarla. «No hay nada como saber que le importas tanto a alguien-dice Elena, emocionada-. Shaila es una gran persona.
Servir a los demás
Las principales tradiciones religiosas sitúan el servicio y la ayuda a los demás a la cabeza de los deberes espirituales. Y muchas personas no especialmente creyentes o religiosas ven en ese servicio al prójimo el supremo valor humano y un crecimiento interior. Y es que ya lo dice el adagio: «cuando das, recibes».
A medida que los seres humanos evolucionamos correctamente, nuestra conciencia social y nuestro compromiso hacia los más desfavorecidos se hacen más fuertes, despertándonos al sufrimiento que nos rodea y siendo más reacios a evadirnos de él. En el fondo, el camino del dolor de los demás se convierte en el nuestro propio, y por eso nos sentimos impulsados a aliviarlo, de la misma forma en que actuamos instintivamente para acabar con el dolor de nuestro cuerpo o de nuestro corazón.
Matías Crespo creció viendo a sus padres fiar dinero para comprar comida a las familias necesitadas que acudían a su tienda de ultramarinos de un pueblo de Toledo. Él empezó su voluntariado cuando sus hijos todavía eran pequeños. Al principio ayudaba en el hospital para parapléjicos de la capital de Tajo. Luego junto a sus hijos ya mayores, creó un centro de ocio para niños y adultos con discapacidades. «Si no nos ayudamos los unos a los otros ¿quiénes lo van a hacer?. Ya se está viendo que los gobiernos no pueden cubrir todas nuestras necesidades».
A sus 60 años, Matías está ampliando su labor de voluntariado y ha iniciado el duro camino del acompañamiento a moribundos.
Valioso aprendizaje
Matías relata cómo el ver morir a las personas ha transformado su consideración de la vida. Su voz se tiñe de emoción cuando describe la muerte de uno de los enfermos terminales a los que asistió, un indigente polaco. «Apenas recibía visitas y no hablaba. Un día empezó a rezar en su idioma-recuerda-. Toda su cara cambió, se iluminó con un resplandor que provenía del interior. En menos de 24 horas había fallecido, pero hubo un tipo de conexión que le dio la fuerza que necesitaba y murió en paz.
Después de ver a la gente morir uno se convence de que todos somos iguales-continúa Matías-. Hay una parte de nosotros que es una máscara y otra que se oculta tras ella. En mis relaciones con los demás, puedo ver más allá de la superficialidad y conectar con la parte más profunda de las personas, lo que suele transformar la comunicación».
De alma a alma
La mayoría de nosotros estamos dominados por nuestras inseguridades, por lo que creamos una máscara para protegernos de sentirnos vulnerables, esa parte falsa de nosotros es el nivel menos profundo de nuestro ser. Es decir basamos nuestra identidad y sentido de valía personal en nuestros cuerpos físicos, personalidades, trabajos, reputaciones y posesiones, y vemos a los demás a través del mismo cristal.
A pesar del altruismo voluntario, a veces puede utilizarse para calmar las necesidades de nuestra neurosis: aliviar la culpabilidad, buscar la alabanza o el respeto, afirmar la autoestima, sentirse mejor que aquellos a quienes pretende «salvar»…
Si quienes son ayudados sienten que son juzgados o utilizados, esto no hará sino aumentar su dolor.
El servicio a los demás bien dirigido no va de máscara a máscara de las personas, sino de alma a alma. Así es la relación que hay entre Shaila y Elena. Cuando un corazón ayuda a otro, no son necesarios consejos o ánimos, pues surge una corriente directa de aceptación de la realidad.
«Creo que todos queremos solucionar las cosas porque eso nos da sensación de control sobre lo que nunca podremos controlar-dice Gail Straub, autor de El ritmo de la compasión«-. Me parece más saludable y sostenible ayudar aceptando que no puedes eliminar el sufrimiento, pero sí ofrecer amabilidad, compañía, atención y el calor de tu alma».
Simplemente, actúa
El karma es uno de los pilares de la filosofía oriental, y hace referencia a la ley cósmica de causa-efecto. En su enfoque del mundo, los catos no son un medio para conseguir deseos o hacer demostraciones, sino oportunidades para nuestra íntima evolución espiritual. Por ello se nos anima a obrar de acuerdo con nuestros valores pero desvinculándonos de los resultados, pues el que nos lleva a creer que cuando llegamos a hacer algo extraordinario es nuestra insaciable inseguridad.
Quedémonos con la idea de que no hay que ser un mártir de ninguna causa para ser solidarios y ayudar al prójimo, con naturalidad y sencillez, sin alardes.
Un libro sagrado del hinduísmo, el Bhagavad Gita, dice: «Quien vea a Dios en su trabajo, va verdaderamente hacia Dios».
Cuando nuestro trabajo y nuestra actividad diaria es consecuente con nuestros valores de servicio a la sociedad, todo fluye mejor en nuestra vida. Veamos quiénes somos y el sentido de las cosas desde una luz diferente. Todo cobra su verdadera dimensión y su auténtica importancia. Y eso nos hace sentir bien.
Fuente: Noelia Rico, Psicología Práctica, pag 23,74 y 75, vol. 143.
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